Salud mental: la pandemia negada

La pandemia por Covid-19 ha sido trascendente para la humanidad porque ha mostrado características especiales. Principalmente porque se trató de algo nuevo; culturalmente, asistencialmente, socialmente y desde el impacto de los sistemas de salud, no estábamos preparados para enfrentarla porque era un fenómeno completamente nuevo.

En paralelo a la pandemia por Covid-19, con el impacto que ha tenido y tuvo en el mundo, se profundizó otra pandemia, una que ya existía, silente, encubierta: la pandemia de la salud mental. 

La salud mental parece pasar desapercibida; está pero no está. Y eso precisamente porque en su paradigma no se expresa la agresión del dolor físico. Tampoco tienen lugar signos contundentes como puede ser la sangre en la guardia de un hospital. Por otra parte, la salud mental no tiene lógica de grandes procedimientos, de intervención quirúrgica, de alta tecnología o complejidad.

En ese contexto, muchas veces los Estados, los financiadores y hasta quienes gestionamos pasamos por alto a la salud mental; esa pandemia silente que se expresa de diversas formas que se han vuelto cotidianas y hasta naturalizado. 

La depresión y el consumo de sustancias, por ejemplo, son habituales hoy. Este último, de hecho, ha ido in crescendo y se ha acentuado en el último siglo. Los alcoholes se consumen en edades tempranas y son culturalmente aceptados. Las sustancias, tanto sintéticas como derivadas de la naturaleza, también son un significante importante. Todos estos fenómenos han ido tomando la calle paulatinamente, consolidándose y convirtiéndose en una pandemia no observada, negada. 

La pandemia por Covid-19 agravó la situación. Las comunidades han sufrido el encierro y el resquebrajamiento de los complejos elementos sociofamiliares y laborales. Nadie escapó a este embate de la pandemia silente, porque es un fenómeno que no respeta edad ni clase social; niños, adolescentes, adultos jóvenes y mayores, y personas de la tercera edad la padecen. 

Tampoco se puede obviar la incidencia de los procesos de agresión y exclusión que tienen las sociedades en sus procesos de desarrollo. Su impacto se evidencia en las millones de personas que hoy están postergadas, en las que se sienten impotentes ante el presente y sin un horizonte por delante, en las que están solas, en las excluidas y abandonadas por una sociedad cada vez más egoísta y personalista que no permite el desarrollo de quienes la integran.

Vivimos una nueva etapa de la pandemia silente. ¿Seremos capaces como Estados, como sociedad, como seres humanos, de dar la respuesta que esta tan delicada coyuntura nos demanda? 

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